“El ego es una creación del alma infantil. Progresivamente, nos identificamos con nuestra propia creación y nos separamos de nuestra esencia, que se oculta, niega o reprime para protegernos del exterior y asegurar nuestra supervivencia. Así, adoptamos un falso yo y nuestro verdadero ser queda en el desván”
Antonio Pacheco
El ego es una palabra clave en terapia, porque reconocerlo y aprender a que no nos atrape, es esencial en el trabajo de autoconocimiento. Pero el sentido del ego en este contexto dista mucho del uso que coloquialmente hacemos del mismo, donde solemos identificarlo con actitudes prepotentes y de sobrevaloración únicamente.
En este artículo te propongo acercarnos a cómo se conforma, ver sus múltiples caras, y comprender su sentido, así como las limitaciones que nos acarrea ser esclavos/as del mismo.
El ego forma parte de una manera aprendida de estar en el mundo que se conforma en los primeros 7 -9 años de vida, y que nos ayuda a enfrentarnos con una realidad familiar, escolar, social, etc., que en muchos aspectos no es sensible ni cuidadosa con nuestra humanidad.
Las personas venimos al mundo con una gran fragilidad, que nos hace muy dependientes, por un largo periodo de nuestra existencia, de los cuidados ajenos. Si observas cualquier cría de animal, podrás ver como rápidamente se ponen de pie y su periodo de dependencia de su referente, fundamentalmente la madre, suele ser relativamente corto en comparación con los humanos.
Sin cuidados no sobreviviríamos, necesitamos que nos den de comer, que nos bañen, que nos acompañen a comenzar a caminar y necesitamos cariño, respeto, libertad, calor, y montones de cosas más. Y mucho de ello no siempre lo tenemos, realmente en la parte afectiva casi todo el mundo hace aguas.
Pronto aprendemos que ser quienes somos, no siempre es visto ni bien visto, y que tenemos que jugar determinados papeles si queremos conseguir la mirada, el apoyo y el amor que necesitamos. Así vamos dejando de ser quienes somos para empezar a ser lo que imaginamos que quieren quienes nos rodean, captamos que les gusta y valoran mama, papa, la profa, etc., y en nuestra necesidad de cariño, vamos haciendo el pino puente para ganar atención.
Todo este proceso es muy complejo, pero a modo caricaturesco te pongo un ejemplo: Imaginemos que nos criamos en un hogar donde se nos reconoce fundamentalmente cuando sacamos buenas notas, y donde cuando no es así se nos trata con indiferencia. El niño o la niña, podrán crear una manera adaptativa para conseguir la atención y el cariño, que esté basada en el reconocimiento de méritos y se esforzarán por brillar académicamente, por ejemplo. A posteriori en la vida adulta puede seguir inconscientemente utilizando el mismo patrón, queriendo conseguir, por ejemplo, éxito y reconocimiento, como una forma de satisfacer una necesidad originaria de cariño.
Hay un proverbio que dice “Los muros que protegen de las flechas también protegen de las rosas” y algo así le pasa al ego.
El ego son disfraces que nos pusimos para conseguir lo que necesitábamos y que se nos van quedando estrechos cuando llega la adultez. Cumplen una función de ayudar a tirar para adelante cuando no tenemos la conciencia ni la capacidad de integrar el dolor que ocasiona la carencia afectiva en esos momentos, pero más tarde son un tope, porque responden a una manera infantil y limitada de manejarse en la vida. El psicólogo Joan Garriga, apunta que hacia los 30 o 40 años suele comenzar un proceso de caída, donde vamos viendo que hay maneras de comportarnos “repetitivas” que nos traen problemas personales, de pareja, laborales, etc.
Estas respuestas pueden ser diversas y dependen tanto de una base previa innata, como de las circunstancias y el entorno que nos rodea. Suelen conformarme como respuestas adaptativas, y recogen un amplio abanico de personajes o roles en los que solemos encorsetarnos.
El ego puede abarcar ser el matón de clase que aprende a ser respetado si usa la fuerza y se impone, ser el niño bueno, obediente y que no da ruido, ser la persona divertida que nunca cuenta penas, ser la mujer servicial que siempre antepone las necesidades del entorno a las suyas, ser la mujer modelo, recta y correcta que cumple con las normas, ser el seductor que consigue lo que quiere manipulando, o ser la persona desvalida y pobrecita que no puede y que siempre necesita ayuda, entre otros.
De hecho, por ejemplo, en la psicología de los eneatipos impulsada por Claudio Naranjo se habla de 9 tipos básicos de personajes, dependiendo del rol que fundamentalmente se escoja para manejarse en la vida. En este enfoque psicológico se parte de tres premisas básicas para entender nuestro ego:
- El miedo a ser quienes verdaderamente somos.
- La creación de un yo falso, para sobrevivir y manejarnos en el mundo.
- El automatismo que el ego implica: nos identificamos con nuestro de manera que no lo vemos, lo actuamos, pero no somos conscientes de él. La mayoría de las personas cuando acuden a consulta lo que ven son sus resultados, pero no tienen conciencia de la causa.
Este mecanismo nos entorpece el vivir porque:
- Nos encasilla. Ese personaje implica un rol que fundamentalmente jugamos y que de tanto repetirse nos hace estar atados/as a una manera más o menos fija de actuar y reaccionar, a la que nos hemos acostumbrado. Pero precisamente el ego es lo que no eres. El ser está relacionado con la amplitud de todo nuestro potencial, el ego con encasillarnos a determinados comportamientos. En el eneagrama vemos como todas las personas tenemos un personaje que fundamentalmente nos domina, aunque podamos tener rasgos de todos los demás.
- Las respuestas que se dan desde el ego son neuróticas, el ego no ayuda a encontrar soluciones sanas y sinceras a nuestras necesidades. Si vemos el ejemplo que veíamos antes de la persona que aprende a ser valorada por sus méritos académicos y profesionales, esa es una manera neurótica de encontrar el valor propio y el amor ajeno, y ese camino será baldío y lleno de insatisfacciones, porque está buscando simplemente donde no es.
El ego es una manera de movernos en la vida que hemos aprendido a interiorizar a base de repeticiones y con la que nos identificamos, aunque nos complique la existencia. En cierta medida es una zona de confort porque de manera reactiva e inconsciente se pone rápido en funcionamiento, y nos resulta “cómodo” “conocido” funcionar de esa manera.
Aprender a no dejarnos arrastrar por el ego, implica no quitarlo, sino aprender a reconocerlo y a no dejarnos atrapar por él. El surco de su marca está hecho, lo que podemos es tomar conciencia, cuestionarlo y decidir ampliar el repertorio: El matón de clase puede reconocer que necesita la sensibilidad para relacionarse con su pareja. El niño bueno puede sentir la alegría de vivir al explorar su parte divertida y rebelde. Quien juega a ser el alma de la fiesta, puede encontrar la valentía de vivir el dolor y sostenerlo. La mujer servicial puede aprender a jugar el papel protagonista de su vida. El seductor perenne puede encontrar otras maneras de relacionarse más auténticas. La persona que va de desvalida, puede aprender a confiar en ella y hacerse responsable de lo suyo.
Todo el trabajo terapéutico y de meditación nos ayudan a reconocer como funciona nuestro ego, pillarlo y aprender a no identificarse con él para ampliar registros, porque la vida es como un jardín que merece ser vivido al completo y no quedarse en una esquina dando vueltas siempre en el mismo lugar.