Cuando comenzamos a meditar, estamos generando un hábito nuevo que necesita constancia y dedicación para arraigarse. En el camino es fácil encontrar la resistencia al cambio: una parte de nosotros quiere meditar y otra dice que no está dispuesta a poner de su parte.
Estas zancadillas son inconscientes, y no siempre son muy evidentes, pudiendo ir disfrazadas de escusas que aparentemente parecen razonables como no tengo tiempo, estoy demasiado cansada, etc. y que en el fondo son sólo evitaciones.
Al meditar nadamos contracorriente en cierta medida, en un mundo con tanta prisa y hacer en demasía, la tendencia a no pararnos la tenemos servida y funciona como un imán que nos arrastra. Precisamente meditar tiene entre otros sentidos, el contrarrestar esta fuerza y facilitarnos conectar.
Al ser un nuevo hábito, tiene mucha inercia detrás en la que es fácil caer sino
estamos muy atentos. Contar con ello nos puede ayudar a entender que este “ir y venir” forma parte del camino y reconocerlo más fácilmente.
Así que cuando veas que te has perdido y lleves días o semanas sin meditar,
recuerda que no partes de cero. Ahora sabes a donde quieres volver, has estado ahí y tienes herramientas que pueden ayudarte a regresar, así que pon en
funcionamiento tus aprendizajes y acompáñate con a retomar la práctica.
Recuerda que lo mismo que al meditar tenemos que traer una y otra vez la atención al presente cuando nos perdemos en nuestro mundo de pensamientos, en estos momentos se trata de poner en acción otra vez voluntariamente la intención.
Y para ello nos viene bien echar en la mochila la amabilidad, ni la exigencia ni la indulgencia son de ayudan, somos humanos, a veces nos perdemos y la salida es ponerse con paciencia otra vez en marcha, no fustigarse.
Coge tu cojín, siéntate y respira.