“Quien sabe no habla y quien habla no sabe”
Lao Tse
Uno de los aspectos que cultivamos en la meditación es el silencio, como un lugar donde refugiarse, un lugar donde poder dejar descansar nuestras preocupaciones y quizás después poderlas ver desde una perspectiva más fresca.
Vivimos en una sociedad poco silenciosa que no sabe quedarse quieta. Lo incesante se manifiesta en acción y también en miles de estímulos que no paran de proponernos salir de donde estemos para atenderlos. Una sociedad del hacer productivo y de infoxicación (sobrecarga informativa), que hace que nuestra mente habitual esté como un mono yendo de un lado a otro sin parar ni un minuto. El ruido no sólo viene de fuera, sino de nuestro mundo interno, de nuestra cabeza que parece siempre ocupada en un sinfín de maratones mentales y emocionales.
Meditar nos abre la vía de aprender a bajarnos de la rama, soltar la prisa y quedarnos quietos aunque sea por unos minutos. Unos minutos donde no encontraremos la paz instantánea, sino donde sesión tras sesión iremos cultivando la habilidad de quedarnos en silencio y recoger sus beneficios. Al principio a muchas personas el silencio les genera resistencias: les angustia, les aburre, es un lugar desconocido y menos atractivo que ese vaivén de pensamientos y emociones que nos acompañan a modo “peli” y que nos tiene tan entretenidos.
Pero todo es cruzar la barrera de la zona de confort e ir más allá (meditar es ir más allá de tus límites) y quedarse. Cuando nos quedamos podemos ver como ese silencio es un lugar donde llevar lo que nos duele, lo que nos inquieta, para conocerlo, para enfrentarlo desde la calma. Cuando salimos de allí, el silencio nos regala el haber dado a nuestros problemas más claridad y sabiduría para verlos.
En el silencio nuestro sistema nervioso se regenera, dejamos que se ponga en funcionamiento otra parte de nuestro cerebro, el hemisferio derecho que no habla con palabras y que hace referencia a una voz más intuitiva. En el silencio salimos del yo condicionado que no para de hacer, para encontrarnos con una parte profunda donde ser y estar sin más. Ahí recargamos pilas y conectamos con lo más sabio que habita en nosotros. Una parte sabía que puede guiarte, pero que cómo dice Lao Tse no habla.